El despertar del mito: Gala Dalí

Mucho más que una musa, descubre la identidad de una mujer única cuyo legado sigue inspirando hoy.

Quiero pasar a la historia como una leyenda. Cuando todo acabe, cuando todo lo que ahora es turbio esté ya limpio, cuando pase el tiempo, se hablará de mí, bien o mal. Pero ahora no quiero que se hable nada.
Declaración de Gala para la revista Garbo, 1964

Musa, esposa y colaboradora. Primero de Paul Éluard, después de Salvador Dalí. En el relato, Gala aparece siempre en la sombra. La eminencia invisible detrás del genio insólito. La única mujer en un círculo de hombres. Así lo refleja Max Ernst en Au Rendez-vous des amis (1922), retrato colectivo del grupo surrealista. Eternamente relegada a cliché por el discurso misógino de una sociedad que parece reticente a reconocer su influencia. Solo existe en el lienzo y en el papel, en los versos de Paul Éluard, en la obra de Salvador Dalí, tras el objetivo de Man Ray, Brassaï, Cecil Beaton, Horst P. Horst… Una identidad construida a través de otros. ¿Exigencia o elección? ¿Yugo o disfraz?

Foto preparatoria para la obra Galarina, c. 1943
Derechos de imagen de Gala y Salvador Dalí reservados. Fundació Gala-Salvador Dalí, Figueres, 2024

La leyenda no escrita habla de una figura indómita, elusiva, enigmática. Una supermujer daliniana que provoca fascinación y aversión a partes iguales, sin distinción de géneros. Porque lo mismo incomodaba a hombres como André Breton o Luis Buñuel, que disgustaba a mujeres como Peggy Guggenheim. «Demasiado artificial para ser agradable», decía la mecenas.

Cuando se cumplen 130 años de su nacimiento (en 1894 en Kazán, Rusia), y 60 años después de que ella misma, en una de las pocas entrevistas que concede a los medios, anunciara su voluntad de silenciarse, ha llegado el momento de redescubrir el mito, en un relato inédito hilvanado a través de la moda. Una exposición concebida en tres temporadas que recoge piezas clave de su colección personal, en la que los diseños de alta costura de Christian Dior o Elsa Schiaparelli conviven con creaciones de Givenchy u Oleg Cassini, pero también con prendas sin etiqueta que nos recuerdan que su imagen va más allá de la marca: es el reflejo de la sociedad y la cultura de su momento, y también de una personalidad única que por encima de todo se mantuvo siempre fiel a sí misma.

Salvador Dalí y Gala, 1944
Derechos de imagen de Gala y Salvador Dalí reservados. Fundació Gala-Salvador Dalí, Figueres, 2024

Gala 'avant la lettre' 

A principios del siglo XX, Gala Éluard interpreta mejor que nadie la configuración de la mujer moderna, sin florituras narcisistas. Porque Gala –cuyo verdadero nombre era Elena Ivanovna Diakonova– no era vanidosa. Todo lo contrario. Entendía la moda como una forma de expresión y autodescubrimiento al margen de las convenciones. Camuflaje y travestismo, libre de encorsetamientos (estéticos o sociales). Ella era la femme dandi del París de las vanguardias. Su curiosidad salvaje subvertía las tendencias en favor de una androginia que, como proponía Gabrielle Chanel, hacía suyos códigos (y patrones) masculinos para definir una nueva feminidad.

En 1916, Gala había cruzado una Europa en guerra para unirse a Éluard (al que había conocido en 1912 en el sanatorio de Clavadel, en Suiza, durante una larga convalecencia). En la capital francesa, se codea con aristócratas e intelectuales. Con ellos comparte el ideal heroico de la libertad del artista y del poeta. Y en esa búsqueda de la identidad a través de la imagen, Gala participa en la subversión de papeles y la deconstrucción consciente de los estereotipos femeninos (y la opresiva retórica maternal).

Gala y Salvador Dalí, c. 1933
Derechos de imagen de Gala y Salvador Dalí reservados. Fundació Gala-Salvador Dalí, Figueres, 2024

Dos frases de Breton escritas en 1922 instaban a rebelarse contra la rutina: «Lâchez tout. Partez sur les routes» (Déjenlo todo. Láncense a los caminos). ¿Por qué debería sorprender que en 1929 Gala abandonara París por un pueblo de pescadores y a Éluard por Dalí? La sofisticación moderna por un paisaje agreste. Aquel verano, tras la presentación de Un Chien andalou (1929) en París, invitados por Dalí, los Éluard –acompañados por su hija Cécile– se encontraron en Cadaqués con Magritte y el galerista Camille Goemans, sus respectivas parejas, y Buñuel. Bañada por el sol del Empordà, Gala elige disfrazarse de musa. La mujer poliédrica –de cabello cuidadosamente recogido con horquillas, con predilección por los tocados, los pantalones palazzo y los trajes de exquisita confección– se desprende de la vida anterior (o segunda piel) para mostrar su espalda desnuda. Dalí halla en aquella visión su espejo –tal vez espejismo– y Gala se convierte en lienzo. Idilio y delirio creativo. Madonna, Galatea y Gradiva. Objeto de deseo y fetiche. Tantas veces eternizada.

Gala y Salvador Dalí en el Hotel du Portugal de Vernet-les-Bains, 1931
Derechos de imagen de Gala y Salvador Dalí reservados. Fundació Gala-Salvador Dalí, Figueres, 2024

Creación y mascarada 

«El vestir es esencial para triunfar. En mi vida son raras las ocasiones en que me he envilecido vistiendo de paisano. Siempre voy de uniforme de Dalí», confesaría el artista.3 Juntos formaban un todo: proyecto de vida y obra (Dalí firmó muchas de sus obras con el nombre de ambos). Y Gala se reinventaba cada día, dispuesta a adoptar tantos papeles como fuera necesario: musa, performer, artista, agente… Sabía bien como atraer a galeristas. Eminentemente práctica, dejaba a un lado, sin pudor, la sobriedad de Chanel por el exceso excéntrico de Elsa Schiaparelli para hacer gala y publicidad de la colaboración del pintor con la couturière italiana. Una unión de la que surgieron diseños oníricos célebres, como el vestido Langosta (1937) o el Sombrero-zapato (1937-1938), que Gala luce en una fotografía de André Caillet fechada en 1938.

Gala y Salvador Dalí en Del Monte Lodge, California, 1947
Derechos de imagen de Gala y Salvador Dalí reservados. Fundació Gala-Salvador Dalí, Figueres, 2024

Ningún paso era en vano. Como recogía el artículo «Packing the Cabin Trunk» (publicado en Vogue en 1903), en la era de los transatlánticos, embarcar y desembarcar eran momentos memorables que exigían un código de estilo cargado de simbolismo. Gala y Dalí sabían cómo convertir la pasarela de aquellos colosos del mar en una puesta en escena marquetiniana que asegurara grandes titulares. Aquel primer viaje a Nueva York, en noviembre de 1934, marcó el inicio de la conquista de América. Durante 40 años, cada invierno la habitación 1610 del hotel St. Regis se convirtió en su hogar… y escaparate. Más allá de museos, su vida mutaba en happenings, performances y publicidad. Hitchcock y Disney. Cultura de masas y fortuna. Una estrategia que Gala adaptó a su imagen mediática (o alter ego público), con diseños de Arthur Falkenstein (etiqueta estadounidense favorita del círculo artístico), Oleg Cassini (artífice del look de Jackie Kennedy) o Howard Greer (diseñador de la época dorada de Hollywood, que firmó el traje nupcial de una jovencísima Gloria Vanderbilt). 

Gala trabajando en el pabellón Sueño de Venus, 1939
Eric Schaal © Fundació Gala-Salvador Dalí, Figueres, 2024
Derechos de imagen de Gala y Salvador Dalí reservados. Fundació Gala-Salvador Dalí, Figueres, 2024

Silencio y nostalgia en el Castillo de Púbol 

En 1969, Dalí regaló a su musa el Castillo de Púbol. La fortificación de los siglos XIV-XV (hoy abierta al público como museo) se convirtió en retrato mítico y poético de Gala. Caballo de batalla y representación de un universo propio, singular, escenográfico e íntimo, «donde ella reina como soberana absoluta», en palabras del pintor.4 Nadie, ni siquiera Dalí, podía visitarla si no era con una invitación escrita a mano por ella. En sus últimos años, Gala cinceló el castillo a su imagen y semejanza, construyendo un patchwork de su identidad. Feudo y testigo mudo de recuerdos distorsionados y maravillas dosificadas, pero también de su pasión por la literatura, por la belleza rara y lo exótico. Hilo de oro que todavía hoy hilvana tejidos e historias exquisitas, como aquella portada dorada de Vogue Paris (edición especial de la Navidad de 1971) que Salvador Dalí dedicó a su amada musa, esposa y colaboradora. Eterna puntada invisible.

Gala y Salvador Dalí en Portlligat en el rodaje de la película Autoportrait mou de Salvador Dalí, 1966
Derechos de imagen de Gala y Salvador Dalí reservados. Fundació Gala-Salvador Dalí, Figueres, 2024

Créditos imagen principal: Gala, 1935-1937
Derechos de imagen de Gala y Salvador Dalí reservados. Fundació Gala-Salvador Dalí, Figueres, 2024

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